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La relación con la familia de tu pareja 

agosto 31, 2022

Iniciar una vida con la pareja que hemos elegido comporta convivir también con su pasado, su historia familiar y sus relaciones afectivas. El nacimiento de un niño nos pone a todos a prueba.


Cuando nos emparejamos, solo nos importa el amor. También damos especial importancia a la atracción física, a las casualidades que nos han llevado a conocernos, a la mutua admiración y a la sensación de sentirse bien en compañía del otro.
Por lo tanto, un buen día decidimos convivir para que la vida cotidiana se torne más amable y placentera. Pero allí donde la mayoría de los cuentos de hadas o las películas modernas terminan (se casaron, fueron felices y comieron perdices), en la vida real es donde todo comienza.
CONOCERNOS A FONDO
Cuando decidimos vivir juntos, iniciamos el camino hacia el verdadero conocimiento del otro, incluyendo lo que nuestra pareja trae de su pasado. Ese pasado se refiere básicamente a lahistoria familiar y a la trama de relaciones afectivas que cada persona ha sabido tejer en su entorno.
De todas maneras, mientras somos “solo una pareja” la familia puede no inmiscuirse demasiado, si así lo hemos decidido. Planeamos nuestra vida, tomamos nuestras decisiones… y visitamos a los padres o hermanos sólo cuando sentimos que vale la pena y cuando es motivo de alegría y satisfacción para todos.
Y si surge alguna situación difícil, sabemos que al rato volveremos a nuestro nido de amor y a nuestra manera de vivir. Sin embargo, las cosas se complican cuando nace un niño.
Definitivamente, los problemas concretos aparecen cuando hay miembros de las respectivas familias que tienen ideas preconcebidas, opiniones o pretensiones en relación a la crianza del niño pequeño, que pueden ser totalmente contradictorias con las decisiones que hemos asumido nosotros como pareja en un momento determinado.
ACUERDOS PARTICULARES
Si se trata de la propia familia ascendente, todo dependerá de la relación que hemos forjado con ellos, de nuestra capacidad de aceptación, negociación o comprensión que venimos estableciendo.

Con nuestra propia familia somos libres de pagar los precios que queramos. A veces tenemos una excelente relación con nuestra propia madre, padre o hermanos, y podemos fijar con ellos acuerdos de ayuda e intercambio que redundarán en beneficios para todos.
Otras veces sucede que tenemos pocos puntos en común, llevamos vidas completamente distintas, modos de pensar o actuar muy diferentes; y si nuestros padres intentan introducirse en la crianza que llevamos a cabo con nuestros hijos, solo lograremos distanciarnos aún más.
Las cosas se complican todavía más cuando la disconformidad y la disonancia están presentes con la familia de nuestro cónyuge. Porque en principio guardamos las formas. No es nuestra pelea ni nuestra historia de discordias.
La disonancia están presentes con la familia de nuestro cónyuge es imprescindible que nuestra pareja tome alguna decisión
En esa instancia, es imprescindible que nuestra pareja tome alguna decisión. No importa cuál. La que sea, la que le parezca adecuada, la que lo haga sentir bien. Puede ser a favor de su familia, incluso. Será una cuestión a negociar dentro de la pareja.
En cambio, lo que resulta devastador acontece cuando nuestra pareja no interviene, dejando que las cosas tomen algún rumbo entre nosotras y su familia. En estos casos las consecuencias nunca son positivas. Porque se torna palpable un conflicto pasado del cual nosotras no formábamos parte.
Esa dificultad no asumida en su momento, que el varón desplaza hacia nosotras esperando que encontremos una resolución, va a aumentar. Simplemente porque esa dinámica no nos pertenece.